La Unión Europea ha decidido que el camino hacia la neutralidad climática no admite más dilaciones. Con la llegada del nuevo Sistema de Comercio de Emisiones para el transporte por carretera y los edificios (RCDE2) previsto para 2027, Bruselas no solo está enviando una señal, sino que está colocando una carga financiera directa sobre los combustibles fósiles. Según la publicación especializada motor16, esta «nueva tasa del carbono» está diseñada para disparar el coste de la gasolina y el diésel, con el objetivo declarado de que superen la barrera de los 2 euros por litro. La estrategia es clara: hacer económicamente inviable la inacción.
El mecanismo es tan simple como contundente. Las empresas suministradoras de combustibles deberán pagar por cada tonelada de CO2 que emitan sus productos, mediante la compra de derechos de emisión en subastas europeas. Este coste extra será, inevitablemente, traspasado al consumidor final en la bomba de combustible. Como bien señala la fuente, la volatilidad del precio de estos derechos de carbono podría crear una espiral de precios sin precedentes, transformando el llenar el depósito en un lujo para muchos y en un potente incentivo para cambiar de tecnología para las flotas de transporte.
El sector del transporte de mercancías por carretera se encuentra en el ojo del huracán de esta medida. Mientras la Comisión Europea visualiza un futuro de camiones eléctricos o de hidrógeno verde, la realidad actual es muy distinta. La flota de vehículos pesados tiene una renovación mucho más lenta que la de los turismos, y las alternativas cero emisiones son aún incipientes y con una infraestructura de recarga insuficiente. Este impuesto, aunque bienintencionado en su objetivo ecológico, amenaza con asfixiar a un sector que ya opera con márgenes muy ajustados y que es la columna vertebral de la economía logística.
La transición ecológica es imperativa, pero su implementación debe considerar los desequilibrios que genera. Informes de asociaciones de transportistas, como la Confederación Nacional de Transporte en España, ya han alertado de que el incremento de costes podría derivar en una crisis operativa, olas de protestas y el encarecimiento final de todos los bienes de consumo. La UE se enfrenta al desafío de acelerar la descarbonización sin quebrar un sector estratégico, lo que exige no solo impuestos disuasorios, sino también ayudas masivas y realistas para la renovación tecnológica de las flotas.
En conclusión, el impuesto al carbono de 2027 marca un punto de no retorno. Es la herramienta más agresiva hasta la fecha para obligar al abandono de los combustibles fósiles. Sin embargo, el éxito de esta medida no se medirá solo por la reducción de emisiones, sino por la capacidad de Bruselas y los gobiernos nacionales para gestionar la transición de forma justa, evitando que el coste de la revolución verde recaiga desproporcionadamente sobre los hombros de los transportistas y, por extensión, de toda la ciudadanía.
Fuente citada: Artículo «Bruselas pone a tu coche en el punto de mira: Este es el nuevo impuesto que llevará la gasolina y el diésel por encima de los 2 euros» de la publicación digital motor16.
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