La Unión Europea ha fijado el rumbo: la descarbonización del transporte es un pilar esencial para cumplir con los objetivos del Pacto Verde. Sin embargo, en el terreno, los profesionales del sector del transporte de mercancías en España están tomando decisiones prácticas que, en muchos casos, se desvían del camino directo hacia el vehículo eléctrico puro. Frente a las estrategias comunitarias, una parte significativa de los transportistas está optando por tecnologías puente, como los vehículos híbridos y aquellos adaptados a biocombustibles, argumentando que ofrecen un equilibrio más viable entre sostenibilidad y operatividad en el corto y medio plazo.
Las cualidades de los camiones híbridos resultan especialmente atractivas para el transporte urbano y de última milla. Estos vehículos combinan un motor de combustión con uno eléctrico, lo que permite circular en modo cero emisiones en distancias cortas, ideal para el acceso a centros urbanos con restricciones crecientes. Además, eliminan la ansiedad por la autonomía, ya el motor tradicional actúa como respaldo. En las redes, muchos transportistas alaban esta flexibilidad: «Para nuestras rutas de reparto en ciudad, el híbrido es perfecto. Cumplimos con las normativas de emisiones sin depender de una infraestructura de carga que aún es insuficiente», comenta un usuario en un foro profesional.
Por otro lado, los biocombustibles (como el biodiésel o el HVO) presentan una ventaja logística indiscutible: aprovechan la infraestructura existente. Adaptar un camión diésel para que funcione con biocombustibles requiere una inversión mínima comparada con la compra de un vehículo nuevo eléctrico. Esto es crucial para un sector con márgenes económicos ajustados. «No podemos amortizar un camión eléctrico en años si no tenemos la garantía de poder cargarlo con la misma facilidad con la que ahora repostamos. El biofuel nos permite reducir la huella de carbono casi de inmediato», se lee en otro comentario en LinkedIn.
Sin embargo, esta preferencia no significa que estas alternativas carezcan de limitaciones. Los híbridos, aunque más eficientes, no dejan de emitir CO2 cuando funcionan con su motor térmico, por lo que su contribución a la descarbonización total es limitada. Los biocombustibles, por su parte, enfrentan el debate sobre la sostenibilidad de su producción y la competencia con cultivos alimentarios. Mientras, el vehículo eléctrico puro, pese a sus ventajas en emisiones cero y menor coste de mantenimiento, choca con dos grandes escollos para el transporte de larga distancia: la autonomía aún insuficiente y la escasez de puntos de carga ultrarrápida capaces de atender a camiones.
En conclusión, la elección de los transportistas españoles por los híbridos y los biocombustibles no es un rechazo a la sostenibilidad, sino una respuesta pragmática a una transición que consideran demasiado abrupta si se centra exclusivamente en lo eléctrico. Su postura revela una brecha entre la ambición legislativa y la realidad operativa del transporte. Mientras la infraestructura eléctrica madura, estas tecnologías intermedias se perfilan no como un capricho, sino como una solución necesaria para mantener en movimiento la economía sin renunciar, desde ya, a una importante reducción de emisiones.
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