Ley de Movilidad Sostenible: Un Texto a Medias en la Carrera Hacia la Descarbonización

by Marisela Presa

A mediados de 2025, la Ley de Movilidad Sostenible, la gran apuesta legislativa para transformar el transporte en España, se encuentra en un limbo político. Tras cerrar su fase de ponencia el pasado 11 de junio, el proyecto aguarda su votación en la Comisión de Transportes, pendiente de unos apoyos parlamentarios que el Gobierno aún no tiene garantizados.

 El texto, que nació con la ambición de responder a la emergencia climática, lleva semanas paralizado por tensiones políticas ajenas a su contenido, sumiendo al sector, especialmente a los transportistas, en un estado de incertidumbre sobre las reglas del juego que regirán su futuro inmediato. Su propósito trascendente de crear un sistema seguro, intermodal y bajo en carbono choca con la cruda realidad de la negociación.

El núcleo de la ley afecta directamente a los transportistas de mercancías. El texto en discusión prevé medidas que, a la larga, buscan mejorar la eficiencia y reducir costes operativos globales, como el impulso a las autopistas ferroviarias y bonificaciones para trasvasar mercancía al tren. Sin embargo, también plantea desafíos inmediatos: la revisión en un año del etiquetado de la Dirección General de Transporte para incluir las emisiones de CO2 podría restringir el acceso de camiones más antiguos a las ciudades antes de lo previsto, y la futura prohibición de vuelos cortos con alternativa en tren de menos de 2,5 horas podría reconfigurar parte de la logística urgente. La promesa de simplificar la instalación de electro lineras es una buena noticia a futuro, pero no resuelve la ansiedad actual por la falta de infraestructura.

El mayor perjuicio para el gremio no está tanto en la letra de la ley, sino en la incertidumbre que genera su retraso. La paralización impide saber con certeza cuándo y cómo se aplicarán las nuevas normas fiscales, los criterios definitivos de las Zonas de Bajas Emisiones o los plazos reales para adaptar las flotas. Esta falta de certeza frena las inversiones: un autónomo o una pyme no se arriesgará a financiar un camión eléctrico sin conocer el calendario exacto de las ayudas o las restricciones. El sector necesita un marco estable para planificar su necesaria, pero costosísima, transición.

El proyecto actual es ya el resultado de intensas negociaciones y ha incorporado más de 140 modificaciones. Se han suavizado algunos puntos conflictivos, como la liberalización de rutas de autobús, que habría perjudicado a las empresas concesionarias. No obstante, las críticas persisten, especialmente por la falta de ambición en la descarbonización: no se han incluido objetivos concretos de electrificación ni fondos específicos, y se mantiene al gas natural licuado (GNL) como combustible de transición, dejando a muchos actores en una encrucijada tecnológica.

En conclusión, la Ley de Movilidad Sostenible es un texto en construcción, al que le faltan piezas clave y cuyo diseño final aún depende de un  acuerdo político. Su importancia es capital para dotar al país de una estrategia de transporte coherente con sus objetivos climáticos. Sin embargo, su trascendencia para los transportistas se ve empañada por la parálisis. La ley promete un futuro más ordenado y sostenible, pero el sector necesita, urgentemente, que ese futuro deje de ser una promesa y se convierta en un plan claro y predecible. El tiempo de adaptación, un recurso tan valioso como el dinero, se agota mientras la ley espera en un estante parlamentario.

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